Sin previo aviso, sin la sombra de una señal, un hombre es abandonado. Al otro lado de su puerta sale el sol, la gente festeja la Navidad y su hijo aprende a nadar, pero para él solo hay confusión y desgarro, insomnio y llanto. El impulso vital le recuerda que ya ha sobrevivido al desamor, y el hombre comienza a indagar en esa memoria como un objeto gracias al cual flotar tras el naufragio. Esos recuerdos vienen con su contexto extraordinario: un viaje de un año por América Latina, desde Argentina hasta la frontera sur de los Estados Unidos, con un documentalista inglés que parece no tenerle miedo a nada, en busca de conflicto social y diversión. Y en medio de esa aventura, porque la vida no se priva, la enfermedad y la muerte de la madre. Cada duelo reabre los pasados y en ese proceso el dolor encuentra su modo único de cifrarse. En La llorería hay lágrimas e ilusión romántica, pero también otras formas de la emoción y el amor, como la amistad y la familia. Martín Sivak las cuenta con la intensidad y la belleza que se le conocieron en El salto de papá.