El cine imagina más allá de lo posible, suele anticiparse a su época y propone avances fascinantes y disruptivos. En Inception, un grupo de conspiradores implanta falsos recuerdos; en Hasta el fin del mundo, un científico alocado llega a leer los sueños; en 2001: Odisea del espacio, una supercomputadora siente y piensa como una persona. Pero así como el cine de ciencia ficción se apoya en los últimos avances de la ciencia, la ciencia también se nutre de la prolífica imaginación de los cineastas y de pronto vemos que es una realidad aquello que alguna vez fue fantasía: implantar memorias manipulando a voluntad grupos de neuronas a través de la optogenética , leer la mente durante el sueño a partir de avanzados algoritmos de decodificación, o lograr que las computadoras superen el pensamiento humano en infinidad de tareas mediante redes neuronales profundas; logros científicos concretos de los últimos años. El físico y neurocientífico Rodrigo Quian Quiroga, director del Centro de Neurociencia de Sistemas en la Universidad de Leicester en Inglaterra, propone un cruce entre el arte, la ciencia y la filosofía y se pregunta hasta dónde ha llegado el cine con sus fabulosas especulaciones y cuántas de éstas se están materializando en los laboratorios del mundo. Para eso, analiza cómo la ciencia está logrando lo que hace décadas parecía imposible, y cómo estos avances nos llevan a replantearnos las grandes preguntas filosóficas que el hombre viene haciéndose desde siempre.'