Ganadora del 5º Premio Llibres Anagrama de Novel.la Hay fronteras que parece que solo se vayan a abrir con un conjuro. No son exactamente barreras, ni líneas rectas, ni cortan limpiamente. Tampoco son puertas que conducen a un mundo paralelo, sino lugares, situaciones y circunstancias muy reales, que condicionan y marcan el paso: bisagras entre unos mundos que desaparecen y otros que se afanan por sacar la cabeza. Puede ser que las tengamos aquí al lado, pero verlas, entender sus mecanismos y finalmente atravesarlas puede requerir toda una vida. Mila, la narradora de esta novela, creció a finales de los setenta en un barrio apartado y mal urbanizado, encajonado entre una autopista, un cementerio y un polígono industrial. Hija de payeses que tuvieron que cambiar el tractor por la cadena de montaje, en su léxico familiar más remoto destacan las palabras Portland, del cemento con que taparon la era de su casa, y Kennebec, de las patatas que plantaban en el huerto. Los padres no la llevaban de vacaciones ni a cenar fuera, pero la llevaban a ver a un curandero que un día le dijo que tenía un «don» que se iría manifestando con el tiempo. Ahora que espera un bebé, Mila intenta desentrañar los motivos de la extrañeza que la ha acompañado desde siempre, una cierta perplejidad hacia los propios orígenes. Enhebrando recuerdos, mide los límites y la fuerza de ese mundo heredado, rememora sus tentativas de apertura a Barcelona y a París y se pregunta qué ha pervivido de todo eso en ella y qué transmitirá a su hija. Con una prosa de tintineo cristalino y un punzante sentido del humor que oscila entre la ternura y la mala leche, Anna Ballbona ha escrito una inusitada novela de frontera, el autorretrato de una mujer que encuentra su voz -quizá aquel «don»- en el momento en que decide ponerse a hablar.