El odioso lector encontrará en este libro un gran conjunto de textos en donde se ventila el asco por la propia especie. Los sentimientos misantrópicos datan de la Antigüedad y llegan intactos hasta el presente. Con sus respectivas variaciones de tono y enfoque, cada época supo felizmente producir a los autores encargados de recordarnos que no somos nada, sino algo, y muy feo. Cada vuelta en la espiral del autoodio agrega una perspectiva más desde la cual asombrarnos de nosotros mismos. Nuestro caudal de cualidades repulsivas es prácticamente inagotable. Misantropía, nihilismo, escepticismo, antiintelectualismo y misoginia, todos ellos guardan algún rasgo de nobleza y por ende no han sido discriminados en esta ecuménica selección. Aunque el modelo de misántropo ideal sea probablemente el del ermitaño, de preferencia ateo, siempre guardando la debida simpatía de época por el neurótico urbano que sufre (o goza) de fobia social, aquí también encuentran albergue los resentidos que decidieron alejarse de sus semejantes por despecho amoroso, fraude económico o cualquier otro motivo menor. Muchas son las causas que pueden gestar un odio sincero y admirable.