La Quinta de Olivos es un lugar del que todos hablan pero pocos conocen. Allí Perón tenía un tigre, y Aramburu, perros que andaban por la casa, cerca de la cual hoy yace, enterrada bajo un árbol, una bóxer llegada de la Patagonia con los Kirchner. Durante los cacerolazos de diciembre de 2001, cientos de desconocidos treparon al muro y amagaron con invadir el predio mientras De la Rúa dormía. En el microcine, Alfonsín vio el partido que consagró a la Argentina en el mundial de México 86, y anunció un cambio de gabinete que haría historia. Cuando la Triple A asolaba las calles, Isabelita exhibió en una cripta los restos de Perón y Evita. La Residencia Presidencial también fue escenario del casamiento elegante de la hija de Illia, la vida familiar de Videla y las leyendas tejidas al calor del menemismo. Pero, ante todo, de la cotidianeidad del poder político, que custodia con discreción lo que pasa tras el muro rojo. Nadie había presentado hasta ahora una investigación similar. Con entrevistas, archivos históricos y recorridos por el lugar, Soledad Vallejos descubre en Olivos las historias secretas de los presidentes que habitaron en la Residencia y de los empleados que velan por ella, para relatar la vida íntima de la política argentina.