Nabokov satiriza aquí un mundo que a él, como emigrado, le tocó sufrir, y pocas veces se le nota tan desenvuelto, tan feliz en el acto mismo de escribir, tan capaz de transmitir el placer que, a pesar de los pesares, le daba el simple hecho de estar vivo. Pnin está considerada como «la más deliciosa de las novelas de Nabokov» (G. M. Hyde), «la más inmediatamente atractiva» (Laurie Clancy) y, posiblemente, la más divertida de toda su obra, tan rebosante de humor. Su protagonista es el profesor Pnin, un ruso de la emigración que se gana la vida dando clases a media docena escasa de alumnos desganados que acuden a su aula como quien va a ver una película de Buster Keaton. Pero los verdaderos enemigos del inefable e infeliz Pnin son los extraños artilugios de la modernidad: coches, electrodomésticos y demás máquinas que, al menos a él, no le facilitan precisamente la vida. Y también los mezquinos intereses y la mediocridad de sus colegas, una pandilla de ambiciosos profesorzuelos que ponen a prueba su infinita paciencia. O los psiquiatras entre los que se mueve la que fue su esposa, una mujer que nunca le amó pero de la que él sigue imperturbable y conmovedoramente enamorado. De modo que, al final, el ridiculizado Pnin acaba emergiendo como una figura casi heroica, un ser civilizado en medio de la incivilización industrial, el único que todavía conserva un resto de dignidad humana. Nabokov satiriza aquí un mundo que a él, como emigrado, le tocó sufrir, y pocas veces se le nota tan desenvuelto, tan feliz en el acto mismo de escribir, tan capaz de transmitir el placer que, a pesar de los pesares, le daba el simple hecho de estar vivo.