Seamos niños o adultos, constantemente se nos pide que obedezcamos. Pero ¿para qué, con qué objeto? ¿Cuándo obedecer nos salva y cuándo nos atrapa? ¿Cuándo nos protege de lo peor. o nos priva de lo mejor? ¿Nos da espacio o nos inmoviliza? ¿Cómo se produce el deslizamiento entre el hecho de estar obligados a obedecer (en espacios abiertamente disciplinarios) y el de ser libres para obedecer (en los espacios «normales» del comercio y de la comunicación)? Este texto luminoso nos ofrece algunas respuestas.