Dos hermanos se reencuentran. Simón León, escritor de policiales; y Cecilio León, el hermano mayor, escritor experimental que se mueve en los selectos círculos del academicismo, las conferencias rentadas, los coloquios. Cecilio confiesa un crimen: ha matado a una mujer, y le pide a Simón que llame al detective de la bonaerense Jeremías Gillette Jeremías, su amigo, para que lo aprese. Como no hay cadáver y como lo único que planea contar Cecilio es que ha matado a alguien -no a quién-, solo quedan algunos indicios, algunas pistas sueltas en la obra del escritor y la sospecha de que habitan una novela, una historia urdida por el mayor de los hermanos, en la que Simón y Jeremías son personajes. O títeres como los que hacía la Putaparió, antigua novia de Cecilio, que se ha esfumado de la faz de la tierra. A la trama, además, se suman Balbina, la sobrina de Simón, que investiga la muerte de un perro, una bloguera enardecida que hace encuestas sobre quién debe morir, la guerrilla peruana, el mundo de los artistas de variedades, dos obras de teatro en una historia que parece bifurcarse hasta una desintegración simétrica. Ezequiel Dellutri se afirma como escritor en esta novela en la que el hecho de buscar es más importante que lo que se encuentra, en la que todos son personajes de lo que otros escriben y la que, como el ají putaparió, tiene un sabor intenso y perdurable para el lector.