En la euforia creadora de la Argentina de 1880, Felipe, ¿barón del azúcar¿, se despierta en un vómito de sangre. Ya no podrá sumarse a la aventura de ¿arrancar de la nada del desierto y del atraso un gran país, un país de primera¿. Heredero de uno de aquellos importantes ingenios tucumanos que constituyeron la primera experiencia industrial argentina, Felipe se despide de su edén subtropical e inicia una extraña odisea finisecular. Parte hacia Buenos Aires, donde se gesta el alma de una ciudad cosmopolita. Luego vendrá el lujoso trasatlántico y París. Allí Felipe huirá y elegirá el esoterismo espiritista de Madame Blavatski y a un poeta casi desconocido -un tal Rimbaud- que lo arrastrará a los desiertos de Egipto.