Clásico de la literatura norteamericana, considerado uno de los grandes libros del siglo xx. «Qué placer era quemar. Qué placer especial era ver cosas devoradas, ver cosas calcinadas y trans- formadas. Empuñando con ambas manos la boquilla de latón, blandiendo la gran pitón que escupía un queroseno venenoso sobre el mundo, sentía que la sangre le latía en las sienes y que las suyas eran las manos de un in- creíble director que acometía todas las sinfonías de fuegos y fulgores para demoler los andrajos y las carbonizadas ruinas de la historia.» Fahrenheit 451 Guy Montag es bombero en un futuro en el que no hay que apagar in- cendios domésticos porque las casas, tratadas con una capa ignífuga, ya no arden. Pero la nueva función de los bomberos no es menos importan- te: descubrir y quemar los libros que algunos todavía atesoran, prohibidos porque se considera que solo sirven para divulgar ideas falsas, difundir in- venciones y mentiras y para confundir a la gente, que en cambio puede disfrutar del ocio oficial, un entretenimiento banal que ahorra el esfuerzo de pensar y llega a sus salas a través de cuatro paredes que son otras tantas pantallas de televisión. Una noche, al volver a casa del trabajo, Montag conoce en la calle a la hija adolescente de unos vecinos excéntricos que, en lugar de ver constan- temente la televisión, suelen conversar animadamente entre ellos hasta la madrugada. Los días siguientes, cada vez que coinciden, la muchacha, con auténtica curiosidad y frescura, lo interroga sobre su profesión. Quiere sa- ber si le gusta, si es feliz, si está convencido de lo que hace. Quiere saber también si es cierto algo que ha oído: que hubo un tiempo en que la fun- ción de los bomberos era apagar incendios y no provocarlos. Montag, que durante años ha cumplido su tarea sin vacilar, empieza a sentir remordi- mientos ante la firmeza y la pasión con que algunas personas defienden