En una noche oscura, por los lúgubres pasillos del palacio real de Dinamarca, tres amigos se reúnen para encontrarse con un fantasma muy reconocible: es el espectro del fallecido rey danés, que quiere hablar con su hijo. Y así es como el príncipe Hamlet se entera de que el rey ha sido asesinado por su hermano Claudio, que lo sucede en el trono y en el lecho, porque se casa con Gertrudis, la reina viuda. Hamlet, desesperado, decide vengar la muerte de su padre, y urde un plan peligroso: para desenmascarar al asesino y usurpador, fingirá estar loco y, cuando se le presente la oportunidad, lo matará. Hamlet, príncipe de Dinamarca (1603), es la obra de Shakespeare más extensa y quizá la más influyente. Su tema central, la locura -fingida y real-, y la complejidad con que se aborda, es un hito de la literatura universal. Y el personaje principal, inteligente, profundo, y con un discurso deslumbrante, conmueve con esa impronta de promesa malograda, de futuro brillante que se trunca por un crimen irreparable.