En septiembre de 1955, la llamada Revolución Libertadora derrocó a Juan Domingo Perón. El lema inicial del general Lonardi, nuevo presidente de facto, fue “Ni vencedores ni vencidos”. Quizás por eso su mandato fue tan breve: apenas 52 días. Así, un movimiento que decía venir a remediar los males del gobierno anterior, creó unos nuevos y potenció las divisiones que había prometido superar. Como si la historia argentina fuera un laberinto y a la vez una trampa fatal. Cuando parece que se llega a la salida, en verdad se accede en un nivel más complejo. Y sobre todo más violento.