Casi todas las tardes, en el living de su casa, un terapeuta recibe chicos y padres con un diagnóstico a cuestas, son seres dominados por una emoción o por ninguna, aturdidos por una idea repetitiva, un miedo ilógico, mágico, imposible y a la vez real, como el miedo. Pequeñas rara avis que precisan subir el volumen hasta ensordecer para estar tranquilos, se golpean la cabeza, se miran al espejo desconcertados, están adheridos a sus fijaciones, a la repetición de acciones y palabras, obsesionados con una banda o los goles de un equipo de fútbol. Mientras tanto, la mente del terapeuta no siempre está donde se espera. Cuando se cierra la puerta y los pacientes se alejan, hace el recorrido inverso y en un ejercicio de memoria desordenado, a veces con forma de escape, casi siempre como consuelo, bucea hacia la noche propia. Con realismo, sobriedad y sin pudor, Sebastián García Uldry escribió una novela que es también un diario de duelo: ata los hilos que unen el pasado con el presente y lo llevan al futuro, los cruza, los desata, se pregunta por la distancia que separa a los vivos de los muertos y a los vivos de los vivos. Es el deambular de un hombre (padre, exmarido, terapeuta, hijo y hermano) por los márgenes de una pérdida, los estragos del dolor que produce una muerte antes de lo esperable.