Radiografía cruda de un canalla sin otros códigos que el instinto violento y el goce primario, inmediato. "Estaba empezando el invierno de mis dieciséis años y se venía la nieve cuando el mal atacó el quilombo". Desde su primera frase, Soy la peste se plantea como un descenso que no es sólo interior. Relato de iniciación en el mal, su código es la supervivencia, el sálvese quien pueda en un paisaje de calles desoladas por una peste arrasadora. Un pibe sin nombre, de masculinidad resentida, se las tiene que ver en su fuga de una ciudad asolada por esperpentos y fieras no menos impiadosas que él. Novela de aprendizaje, Soy la peste es la radiografía cruda de un canalla sin otros códigos que el instinto violento y el goce primario, inmediato. Si Dios ya no existe, de modo dostoievskiano todo puede estar permitido. Y entonces el deseo de catástrofe y el crimen dejan de ser una opción aberrante. De esto nos habla Guillermo Saccomanno en una novela que combustiona una alternancia arltiana entre lenguaje alto y plebeyo. Alucinación de nuestros terrores presentes, esos que nos empujan a pensar en el después de esta tierra baldía, si es que habrá un después. Pesadilla o pronóstico desconsolado de un mundo que ya no volverá a ser el que conocimos, Soy la peste deviene un texto desesperado, no apto para lectores sensibles.