Durante más de una década, dos espías rusos vivieron en Buenos Aires bajo las identidades falsas de Ludwig Gisch y María Rosa Mayer Muños. Casados, con hijos nacidos en Argentina, aparentaron ser una familia de clase media, mientras cumplían una misión secreta para Rusia. Cada detalle de sus vidas fue una fachada del Servicio de Inteligencia en el Exterior (SVR) ruso. Él dijo ser un informático; ella daba sus primeros pasos como galerista de arte. Usurparon identidades, viajaron por Sudamérica y Europa superando los controles migratorios con facilidad, forjaron amistades que podían resultar de interés para Moscú, transmitieron mensajes encriptados desde una azotea en Barrancas de Belgrano. Una doble vida que implosionó en diciembre de 2022, cuando tropas especiales los arrestaron en Eslovenia. Ese no fue, sin embargo, el final para los dos espías. Tras un año y medio de negociaciones lideradas por presidentes y jefes de espionaje, protagonizaron el intercambio de prisioneros más grande desde el final de la Guerra Fría.