Al recibir el Premio Nobel de Literatura en 1968, Yasunari Kawabata (1899-1972) pronunció un discurso titulado "Yo, que pertenezco al bello Japón", y por cierto que toda su obra es un homenaje a ese ilusionado Japón refinado que amenaza siempre con desaparecer. La crueldad de la belleza como juicio de valor, mujeres fantasmales, el paisaje y la naturaleza con sus secretos, las citas para entendidos, su obsesión por las relaciones sin herencia de sangre y el renacer del deseo, los niños pequeños y las jovencitas, el misterio de los moribundos y el respeto por las ceremonias. Los relatos que denominó "cuentos del tamaño de la palma de una mano", o los de ese otro género que también inventó, "literatura sobre ancianos", son escenarios de estas obsesiones. Quienes lean esta antología confirmarán que después de la guerra Kawabata sólo podía ser ese practicante de la nostalgia que jamás claudicaría en la persecución de sus ideales, tan inalcanzables como el horizonte ante su departamento sobre la playa de Zushi, donde se quitó la vida. AMALIA SATO