La idea del hiperviaje nace aquí: cuando Caparrós se da cuenta de que en veintiocho días -Una luna- ha recorrido ocho países en tres continentes, como quien cliquea los hipervínculos de una página web. Viajaba para contar historias de migraciones y destierros: desde ese muchacho que vio cómo se comían a su abuela en la frontera de Liberia hasta la muchacha embarazada vendida por su marido a un traficante en Moldavia, pasando por el mara salvadoreño avergonzado por haber violado a una mujer o la mujer zambiana contagiada de sida por un marido putañero y los diversos intentos de cruzar el Mediterráneo en botes torpes. En esta breve luna las historias se suceden y se entrecruzan, hiladas por el viaje y las reflexiones del cronista. Durante años, Caparrós prefirió no publicar este libro y lo reservó para sus amigos más queridos. Quizá tenía razón: Una luna es un objeto extraño, un contraste entre mundos, una trompada en la mandíbula, una cumbre del género.