A cincuenta años de su primera edición,áEl frasquitoásigue siendo un libro único. En 1973, fue objeto de escándalo y admiración; en las décadas siguientes se impuso la maestría de su estilo. El paso del tiempo lo perfeccionó, sin por eso acallar su singularidad. Su lengua y su mundo aun nos deslumbran e inquietan; parece escrito en piedra. Es una roca a la que siempre podemos volver. Al amparo de su alargada y turbadora sombra encontramos siempre una reserva de la literatura argentina. Nos señala una ética de la escritura, pero no quiere alumnos, quiere lectores cómplices. Es uno de nuestros clásicos, quizás el más indómito. ´El frasquito es una novela de iniciación, también una novela que interroga qué es una familia, una novela bastarda pero, sobre todo, es una novela de fantasmas. Solo así se puede escribir convocando las voces de los muertos: el mellizo muerto, el padre muerto, el padre al que hay que matar, Gardel, Evita, los desaparecidos. Escribir con las voces. Escribir con las voces de una familia, pero también de un país y de un Estado -nuestros muertos-, sabiendo que no hay redención, pero acaso nos quede una ética posible: escuchar.