Abelardo Castillo descreía de los talleres literarios, al tiempo que dictaba el mejor taller de Buenos Aires. "¿Qué pensás que te puedo enseñar?", me preguntó en la entrevista de admisión, después de que hubiéramos conversado durante dos horas sobre libros. Le dije que me bastaba con estar cerca, como si él fuera un árbol: algún fruto iba a caer donde yo lo pudiera tomar. Este libro es como si alguien hubiera recolectado aquellos frutos y los hubiera colocado en un cajón de madera al alcance de todos. Frutos preciosos, como la idea de que corregir un texto implica la tarea espiritual de corregirse a uno mismo, que ser escritor es un modo de vivir, como se podía verlo en él y en su visión sobre Thomas Mann, Horacio Quiroga, Dante, Rilke, Marechal, Tolstoi y tantos otros. Lo que hace de Abelardo Castillo un maestro enorme no es sólo la brillantez de sus ideas, ni la belleza en el modo de expresarlas, sino también que su intenso compromiso con la literatura se volvía exigencia para quien se dijera o quisiera decirse escritor frente a él. Ser escritor es un libro esencial: sus ideas lo son, y quien se interese por la literatura debería leerlo. Y releerlo. Alejandra Kamiya